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Un nuevo descubrimiento

La NASA presentó ayer en sociedad su último descubrimiento: la supernova más joven detectada en nuestra galaxia, de «sólo» 140 años de antigüedad. «Si esto fuera un asesinato, el cuerpo todavía estaría caliente», bromeó en teleconferencia internacional Robert Kischner, del Instituto Astrofísico Smithsonian de Harvard. Y en cambio la «policía cósmica» no lo había visto hasta ahora por una sencilla razón: lo ocultaba la oscuridad del centro de la galaxia.
Las supernovas son estrellas que mueren matando y no se caracterizan por su discreción. La energía que generan, que alimenta la materia germinal del Universo, es visible durante cientos y hasta miles de años. Pero curiosamente es más visible fuera de casa que dentro. En el corazón de la Vía Láctea hay una «cortina de humo», de gases y de polvo, que es la explicación de que supernovas como esta no hayan podido ser percibidas hasta ahora.

La NASA cree que en nuestra galaxia hay no menos de diez supernovas más jóvenes que Casiopea A, la más joven de la que se tenía noticia hasta ahora, y que explotó hace trescientos años. En realidad la NASA cree que se producen tres nuevas explosiones cada siglo. Pero hasta ahora no se tenía la tecnología para coger el gato con las manos.
Hace unos años ya se empezó a combinar la observación por telescopios ópticos, que miden el «rebote» de la luz centurias después de la explosión, con telescopios que recogen las señales de radio. Ahora es la primera vez que las señales de radio se combinan con los rayos X, que es el campo del Instituto Chandra de la NASA. En esta doble red ha caído la «G1.9+0.3», que es el nombre -más riguroso que glamuroso- puesto por ahora a la supernova.


Stephen Reynolds, de la Universidad de Carolina del Norte, y Dave Green, de la Universidad británica de Cambridge, explicaron ayer su gran satisfacción por este hallazgo. Cuando hace ya veintitrés años, en 1985, la NASA eligió esta supernova para explorarla, creía que era de unos cuatrocientos años de edad. De repente empezaron a llover resultados asombrosos: desde 1985 hasta ahora, los restos de esta supernova se han expandido un inusual 16%. Siguen haciéndolo a una velocidad verdaderamente impresionante.

Ese fue el primer aviso sobre la insultante juventud de esta explosión estelar, que aporta una información inédita sobre las reacciones químicas en el seno de una supernova, mucho antes de que se disipen en los gases emitidos. Es una oportunidad de oro de no avanzar tan a ciegas como se suele avanzar. Bromeando una vez más, el profesor Kirschner explicó que él tiene una clase a mediodía, en la que suele aprovechar la hora -americana- del almuerzo para encargar una pizza y explicar así a sus alumnos que discernir con un telescopio óptico los componentes de una supernova es tan complejo cómo ver los champiñones ocultos bajo la mozzarella fundida.
La nueva supernova puede contestar muchas preguntas, sobre cómo se forman en realidad nuestros mundos o sobre qué está pasando exactamente en el centro de nuestra propia galaxia. También puede ayudar a nominar a la próxima candidata, las próximas ruinas de estrella que se ponen bajo el foco. La elección no es fácil, advierten los científicos: veintitrés años son muchos para investigar en vano.

 
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